En un mundo atiborrado de sonidos de variada calidad y calibre, creadores musicales, intérpretes y auditores debieran ser conminados a reflexionar juntos sobre sus deberes y prerrogativas. El autor propone la necesidad del silencio total, para desde él volver a descubrir el poder de la música.
En la trayectoria que describe la obra de arte, desde el creador al receptor - pasando por el intermediario, como en la música-, nunca es suficiente lo que pueda inventarse para ayudar a que los receptores sepan apreciar las bondades de una propuesta artística. Esto vale para todas las disciplinas. Hay lectores de novelas, públicos para los filmes, auditores para la música, observadores de obras plásticas, consumidores de productos de arte en general que, en abrumadora mayoría, no poseen los elementos mínimos para diferenciar lo pequeño de lo grande y saber reconocer cuándo están en presencia de un hito histórico cuyo valor estético puede darle un vuelco a su vida. El best-seller entretiene y muere; la gran novela deja semillas enterradas en el lector que comienzan a germinar y pueden dar frutos durante toda su existencia.